CUENTO: “El Datilero”
En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Manuel de rodillas, a un costado de algunas palmeras.
Su vecino Tomás, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a refrescar a sus camellos, y vio a Manuel transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
-¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.
-Contigo -contestó Manuel, sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en la mano?
-¿Qué siembras aquí, Manuel?
-Dátiles- respondió Manuel mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!-respondió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
-No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
-No sé…sesenta, setenta, ochenta, no sé…lo he olvidado…pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.
Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Tomás, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto…y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
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-T e agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
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-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte…
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